Evidencias encontradas por arqueólogos y otros especialistas en Asia Occidental, dan cuenta que en fecha tan lejana como tres milenios atrás existían vínculos de amistad, así como alianzas y compromisos para establecer límites, acuerdos de defensa mutua y mecanismos de cooperación entre sumerios, egipcios, babilonios asirios y medos.
De igual forma, se conoce que en Asia, África y América, así como en las ciudades-Estado griegas o en la Europa previa a la existencia del imperio romano, hubo manifestaciones de relaciones entre actores políticos de diferentes regiones. En épocas más recientes, la dinastía Ming en China (1368-1644) que dirigió un poderoso imperio considerado el más avanzado del siglo XVI, logró consolidar vínculos con Estados ubicados en su entorno.
En Occidente, los Estados soberanos comenzaron a surgir en el siglo XV, pero fue dos centurias después, tras la Paz de Westfalia (1648), cuando se consolidó una sociedad internacional más o menos en los términos que aún existe. La preponderancia de Occidente desde entonces y la imposición de un mundo euro céntrico hizo que –por la razón o la fuerza- el modelo europeo (valores, instituciones, reglas y prácticas) se expandiera y universalizara.
Así, en la medida en que surgieron los Estados nacionales e hicieron vínculos con otros pares, se establecieron relaciones “inter-nacionales” para manejar formalmente estos lazos. La diplomacia fue el instrumento creado para legalizar estas relaciones. Etimológicamente, la palabra diplomacia proviene del verbo griego “diploun” que significa doblar y refería al documento plegado que el mensajero de un soberano llevaba a otro. Pero también se puede interpretar como la acción de doblarse en dos, a fin de lograr un objetivo.